miércoles, 10 de diciembre de 2008

Pantano de soledades

Siempre he sentido debilidad por los destierros, por esos abandonos no voluntarios de las cosas y lugares. Quizá la vida que me ha tocado vivir haya propiciado esa mirada nostálgica cuando vuelvo a esos puntos donde la vida se detuvo hace muchos años, condenada a morir en soledad, como si hubiese cometido alguna falta imperdonable… Probablemente nacer o vivir en un sitio en lugar de otro sea nuestro pecado, pero nadie nos preguntó dónde queríamos hacerlo. Tampoco hubiese servido de mucho. Éramos apenas unos niños. Y ahora, pasados los años, uno ya no tiene ese argumento fácil de la edad para justificar un tiempo que ya no será, aunque esté patente en el inconsciente cada día de nuestra vida.

Tal vez en aquellos años en los que convertíamos la nada en todo, se fraguó nuestra manera de mirar y sentir las cosas. Los años y el tiempo no han hecho más que asentar y aumentar esa miopía…

Hace unos días recordaba uno de esos lugares que el progreso ahogó a su paso. Se amordazaron las ilusiones a golpe de agua, y se sembró un silencio que a veces grita y otras es un remanso de paz… Allí, en medio de robles centenarios, algunos encuentran su refugio particular. Y, como bien me escribía F. es un lugar especial para ambos, aunque el porqué sea bien distinto. Para mí es un símbolo en mi vida con un significado especial… como esa torre que desafía la soledad…

2 comentarios:

Tempus fugit dijo...

Bajo la superficie del pantano de la soledad, bulle la historia de las huellas que surcaron la tierra y las miradas que se alzaron al cielo. Y no hay edad para el recuerdo.


besos

Anónimo dijo...

Creo que nadie nos puede condenar a la soledad. Somos nosotros mismos, los que nos autocondenamos. Mira bien dentro de ti, pasa lista a quienes te rodean, y verás como esa soledad es más fruto de una circunstancia pasajera, que algo real. Animo niña, que no hay soledad, si no una pequeña decepción.