No se porqué me atrae tanto ese mundo de oxido y olvido. Quizá porque cómo dice Llamazares "vengo de un mundo y he sido transplantado a otro", y me cuesta encontrar mi sitio. Es como si arrastrase tras de mi esa maleta de hojalata que un día heredé.
Hoy me apetecía hablar de ese mundo condenado a desaparecer engullido por las zarzas y las ortigas, obligado a arrodillarse ante el olvido, aplastado por el peso del silencio. Es la revancha a un tiempo de conquistas sobre la tierra que se cobra ahora su venganza.
"El último habitante de …" cualquier lugar no sería muy diferente a éste que deambula por las calles, conviviendo con los fantasmas de los difuntos y la soledad de los recuerdos. Es como si al final de nuestros días necesitásemos remover las piedras del pasado intentando, quizá, encontrar un sentido a nuestra existencia e ir atando cabos sueltos. También miedos. Parece como si estuvieran esperando ese momento de flaqueza para despertarse y entorpecer la tranquilidad de aquél que acepta con resignación su destino. Es un morir lentamente, una búsqueda de un refugio interior cuando las fuerzas fallan y el exterior empieza a parecer irreal. Quizá la memoria sea entonces una gran mentira, mientras la realidad y la imaginación se confundan irremediablemente.
"Era como si el tiempo se hubiera congelado de repente. Como si el viejo río de los días se hubiera detenido bajo el hielo convirtiendo mi vida en un interminable e inmenso invierno. Ahora miro hacia atrás buscando aquellas tardes, remuevo en mi memoria las hojas del silencio y encuentro solamente un bosque sepultado, deshecho por la niebla, y un pueblo abandonado por el que cruzan los recuerdos como espinos arrastrados por el viento. " del libro Lluvia amarilla de Julio Llamazares