Dice Eduard Pusset que la felicidad es la ausencia de miedo, que las sensaciones son efímeras e igual que el dolor no dura siempre, la felicidad tampoco… Quizá esé afán nuestro por estar siempre en ese paraíso, nos haga desdichados. Tal vez sea necesario asumir que este camino hay llanos y subidas, pero también descensos. Y en cualquiera de estos puntos intermedios entre una estación y otra, hay un mirador al que asomarnos. No se puede frenar ni acelerar el tiempo. Sólo se puede congelar entre un pestañeo y otro. Todo lleva su curso como las gotas de lluvia atraídas por la tierra. Tal vez nuestra acrofobia nos impida situarnos frente a un acantilado, pero a menudo nuestra senda discurre paralela a ellos. Adrenalina o ansiedad, mariposas y pinchazos en el estomago en esta montaña rusa existencial que cada uno vive a su modo...
Desde este faro deshabitado que no mira al mar sino al interior, librando nuestra particular batalla con uno de esos molinos de viento que contaminan el paisaje, me pregunto si no seremos nosotros mismos nuestros peores enemigos. Esa conciencia y esa ambición que marcan el ritmo de nuestro reloj, arrastrandonos hacia delante, sin pausa, con prisa, como aquel que necesita escapar desesperadamente del ahora …