domingo, 28 de diciembre de 2008

Es tiempo de oración

"En un momento dado de la vida, morimos sin que nos entierren. Se ha cumplido nuestro destino. El mundo está lleno de gente muerta, aunque ella lo ignore. " Goethe

Aunque dicen que nunca tenemos una segunda oportunidad para causar una primera impresión, hubo un momento en el tuve el privilegio de redescubrir un lugar al que mis pasos ya me habían llevado hacía tiempo. Una cantidad indeterminada de años, pero suficientes para que al volver, sintiese que yo no había estado nunca allí, que todo era nuevo y la piel volviese a erizarse, como entonces… mejor dicho, como ahora. Otro de esos lugares que la niebla del abandono borra de los mapas, otro montón de adobes que sepultan almas que un día hilvanaron vida, y un viento que recorre calles y se cuela entre esas casas desdentadas y renegadas a su desdichada suerte. Como moribundos son los pasos que uno da por esos lugares que cumplen una condena de alejamiento de la vida, de silencios profundos que se cuelan entre los muros de una iglesia, que un día albergo almas y oraciones, y hoy está preñada de ausencias y tristezas…


miércoles, 10 de diciembre de 2008

Pantano de soledades

Siempre he sentido debilidad por los destierros, por esos abandonos no voluntarios de las cosas y lugares. Quizá la vida que me ha tocado vivir haya propiciado esa mirada nostálgica cuando vuelvo a esos puntos donde la vida se detuvo hace muchos años, condenada a morir en soledad, como si hubiese cometido alguna falta imperdonable… Probablemente nacer o vivir en un sitio en lugar de otro sea nuestro pecado, pero nadie nos preguntó dónde queríamos hacerlo. Tampoco hubiese servido de mucho. Éramos apenas unos niños. Y ahora, pasados los años, uno ya no tiene ese argumento fácil de la edad para justificar un tiempo que ya no será, aunque esté patente en el inconsciente cada día de nuestra vida.

Tal vez en aquellos años en los que convertíamos la nada en todo, se fraguó nuestra manera de mirar y sentir las cosas. Los años y el tiempo no han hecho más que asentar y aumentar esa miopía…

Hace unos días recordaba uno de esos lugares que el progreso ahogó a su paso. Se amordazaron las ilusiones a golpe de agua, y se sembró un silencio que a veces grita y otras es un remanso de paz… Allí, en medio de robles centenarios, algunos encuentran su refugio particular. Y, como bien me escribía F. es un lugar especial para ambos, aunque el porqué sea bien distinto. Para mí es un símbolo en mi vida con un significado especial… como esa torre que desafía la soledad…

domingo, 16 de noviembre de 2008

Universal es lo local sin paredes

Paseando por esos paraísos perdidos, uno se pregunta cómo es posible que lugares tan maravillosos hayan sido abandonados. Seguramente nuestra mirada sea distinta a la de aquellos que un día vivieron allí, y decidieron hacer las maletas en busca de un progreso, que no siempre encontraron. Yo también fui uno de ellos. Uno de esos que sintió que su lugar no estaba allí, que no había un futuro para mi allí. No es una sensación de un día, sino algo cocinado a fuego lento, desde que uno es un niño, y le arrancan de su entorno más próximo. Es el comienzo de un destierro, el deambular de un alma en busca de una tierra donde echar raíces y crecer, pero allí donde uno va, siente que es como una orquídea que posa sus raíces, pero jamás las hunde en la tierra. Uno es forastero allí donde va, incluso cuando regresa a ese punto de partida del que nunca debimos salir, o eso al menos pensamos a menudo. Perfumamos sus recuerdos con nostalgias, seguimos viviendo pero miramos atrás con nostalgia, quizá por miedo a que un día no haya donde volver. ¿Por qué es tan importante volver para algunos de nosotros? ¿Por qué esa necesidad de regresar a ese punto donde comenzó la diáspora? Tal vez para nos haga falta volver para reafirmarnos, para volver a sentir que esas partes de nuestra persona se ensamblan y durante un tiempo somos…
Y como dice, Abel Hernández en su libro “Historias de Alcarama”, "¿Qué nos está pasando? ¿Me quieres decir qué mundo es éste en el que se despuebla el paraíso?".

viernes, 14 de noviembre de 2008

Mutismos

No se en qué momento fije mi vista en ellos ni qué descubrí entre esas paredes de adobes o piedras que se encorvan hasta besar al suelo. No se por qué siento esa atracción por asomarme por el ventanuco de una puerta raída por el tiempo. Soy como una niña cuando llego a esos lugares, observo con curiosidad, quizá esperando encontrar una historia a modo de cuento que explique tantos silencios y soledades, tantos abandonos forzosos y tantas anécdotas que han desaparecido a la par que las zarjas crecen. Lugares condenados al olvido, o a convertirse en lugares de peregrinación de domingueros. No se cual de las dos opciones me disgusta más.

Tal vez, en algún punto de esta larga caminata, uno no puede dejar de preguntarse si uno no es como ellos. Si no estaremos condenados también a desaparecer de la vida de algunos sin motivo aparente, a diluirnos hasta confundirnos con el fondo, y a caminar hacia atrás hasta perderse en algún rincón de la memoria volátil. No hablo de esas perdidas graduales que uno va teniendo, de esa comunicación fluida que alberga cada vez más silencios, sino de esas caídas al abismo, inmediatas, sin preámbulos, sin paños calientes; de esos mutismos que son potentes caldos de cultivo de desesperación e impotencia. Pienso en todos esas personas que viven sin que nadie eche de menos una llamada suya o una visita. Y en algún momento de esa rutina diaria, alguien se pregunta cuánto hace que no ves a fulanito, e inconscientemente te preguntas si le habrá pasado algo, pero no sabes ni a quién preguntar ni qué hacer.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Paraísos perdidos


En aquel pueblo deshabitado encontré uno de esos paraísos perdidos. Tiene ausencias y nostalgias impregnadas en cada rincón, la mirada moribunda de las casas que no han sabido sobrevivir sin el calor familiar. El frío de la desolación recorría las calles y se cobijaba en cada esquina de esos hogares que dejaron de serlo, cuando sus dueños cerraron la puerta definitivamente. Maldigo la cruel condena de los que fueron desterrados, y la muerte lenta y silenciosa de lo que allí se quedó. ¿Cómo explicar que en medio de tanta tristeza, uno encuentra su remanso de paz? ¿Cómo decir que uno siente que vuelve a casa cuando recorre un lugar desconocido, donde uno puede coger a manos llenas soledades y abandonos? ¿Cómo hablar de esos lugares hambrientos de caricias humanas, que visten harapos de ruinas, y no sentir rabia ante la barbarie de la emigración? ¿Cómo no sentir el dolor cuando uno ve cómo en cada pedazo de yeso que cae de una bóveda, en con cada adobe que se precipita al suelo, una parte de la historia no sólo muere sino que desaparece diluyéndose inevitablemente en nuestra memoria? ¿Cómo no hacer propias las lágrimas de aquella anciana que regresaba a visitar el pueblo de su niñez y que ahora parece más que nunca un fantasma? ¿Cómo explicar que en medio de las ruinas, encontré un paraíso perdido, que tenía el corazón partido entre la ilusión por estar allí y la impotencia de no poder hacer nada?

viernes, 19 de septiembre de 2008

Faro deshabitado

Dice Eduard Pusset que la felicidad es la ausencia de miedo, que las sensaciones son efímeras e igual que el dolor no dura siempre, la felicidad tampoco… Quizá esé afán nuestro por estar siempre en ese paraíso, nos haga desdichados. Tal vez sea necesario asumir que este camino hay llanos y subidas, pero también descensos. Y en cualquiera de estos puntos intermedios entre una estación y otra, hay un mirador al que asomarnos. No se puede frenar ni acelerar el tiempo. Sólo se puede congelar entre un pestañeo y otro. Todo lleva su curso como las gotas de lluvia atraídas por la tierra. Tal vez nuestra acrofobia nos impida situarnos frente a un acantilado, pero a menudo nuestra senda discurre paralela a ellos. Adrenalina o ansiedad, mariposas y pinchazos en el estomago en esta montaña rusa existencial que cada uno vive a su modo...

Desde este faro deshabitado que no mira al mar sino al interior, librando nuestra particular batalla con uno de esos molinos de viento que contaminan el paisaje, me pregunto si no seremos nosotros mismos nuestros peores enemigos. Esa conciencia y esa ambición que marcan el ritmo de nuestro reloj, arrastrandonos hacia delante, sin pausa, con prisa, como aquel que necesita escapar desesperadamente del ahora …

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Paisajes interiores

No hay en su piel ni la lozanía ni la provocación de la juventud sino las huellas del tiempo atrapadas entre los surcos de las arrugas, la serenidad del crepúsculo en ese deambular hacia ninguna parte y las lágrimas derramadas en la soledad de un rincón. Es vagabundear por las reminiscencias de una historia que se borra en cada campanada de clamor, en cada palada de tierra, en cada corona de flores.

El olvido es la catarata en nuestra mirada, el caminar torpe por senderos que un día fueron vías transitadas, amargas mordazas a los recuerdos

No queda nada más que una fina capa de epidermis que apenas si sujeta a esos ríos de sangre que surcan las manos, retazos de piel que fueron soldados en la primera línea de batalla. Es desnudez propiamente dicha, el refugio del olvido, la alfombra raída de la apariencia, el derrumbe de castillos y fortalezas.

Sólo quedan nostalgias y recuerdos, veredas sin transeúntes, zarzamoras que nadie recoge e inviernos de abandono que en lugar de menguar, crecen…

Es lo que hay: arquitecturas personales y paisajes interiores, luces y sombras, hojas en blanco y álbumes vacíos, palabras y silencios, una reserva a nuestro nombre en un viaje con destino desconocido…

martes, 26 de agosto de 2008

Donde ya nadie espera


Dicen que hay un lugar donde ya nadie espera, donde el viento es el arco que arranca notas a esos muros que antes fueron casas y ahora son simples nostalgias. Ausencias que han dejado crecer la hierba y las zarzas, chimeneas que se encorvan, soledades que se filtran entre las piedras y los adobes. Tristezas que salen en busca del sol de primavera, trinos que nadie escucha y silencios que son sepulcros.


La grandeza se va resquebrajándose, las arrugas del olvido aparecen entre las grietas, y el frío se ha acomodado ahí donde un día hubo fuego y pucheros.

Ahí, donde ya nadie espera, porque nadie hay más que las sombras de los recuerdos que se van borrando, porque nadie hay que los cuente, porque nadie hay que le interese escucharlos… Ahí, en todos y en cada uno de esos lugares donde el abandono comienza a acampar a sus libre albedrío como mala hierba que nadie arranca, ahí donde la despoblación ha enmudecido el tañer de la campana, ya nadie reza una oración ni por los que arroparon sus cuerpos fríos con tierra ni por los que salieron en busca del oasis soñado.


Llueve pero nadie lo oye, porque nadie hay… y lo que es más desolador, nadie habrá..