miércoles, 15 de octubre de 2008

Paraísos perdidos


En aquel pueblo deshabitado encontré uno de esos paraísos perdidos. Tiene ausencias y nostalgias impregnadas en cada rincón, la mirada moribunda de las casas que no han sabido sobrevivir sin el calor familiar. El frío de la desolación recorría las calles y se cobijaba en cada esquina de esos hogares que dejaron de serlo, cuando sus dueños cerraron la puerta definitivamente. Maldigo la cruel condena de los que fueron desterrados, y la muerte lenta y silenciosa de lo que allí se quedó. ¿Cómo explicar que en medio de tanta tristeza, uno encuentra su remanso de paz? ¿Cómo decir que uno siente que vuelve a casa cuando recorre un lugar desconocido, donde uno puede coger a manos llenas soledades y abandonos? ¿Cómo hablar de esos lugares hambrientos de caricias humanas, que visten harapos de ruinas, y no sentir rabia ante la barbarie de la emigración? ¿Cómo no sentir el dolor cuando uno ve cómo en cada pedazo de yeso que cae de una bóveda, en con cada adobe que se precipita al suelo, una parte de la historia no sólo muere sino que desaparece diluyéndose inevitablemente en nuestra memoria? ¿Cómo no hacer propias las lágrimas de aquella anciana que regresaba a visitar el pueblo de su niñez y que ahora parece más que nunca un fantasma? ¿Cómo explicar que en medio de las ruinas, encontré un paraíso perdido, que tenía el corazón partido entre la ilusión por estar allí y la impotencia de no poder hacer nada?